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Cuatro años atrás, miles y miles de argentinos tomaron noche tras noche las playas de Copacabana para preguntarle a Brasil, en eufórico tono burlón, qué se sentía al tener en casa a papá. Imaginar a partir de la semana próxima una escena similar en la Plaza Roja de Moscú no solo es disparatado: es peligroso.

¿Y si, pese a todo, los hinchas argentinos creyeran que el Mundial de Rusia es como el de Brasil y desbordaran los espacios públicos? Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, esboza en su despacho una sonrisa irónica: “Bueno, que lo intenten, vamos a ver cómo les va... En la última marcha antes de la asunción de Putin metieron 1600 presos, así que imaginate”.

El Mundial de Rusia, que se inaugurará el jueves de la semana próxima en el estadio Luzhniki, de Moscú, no es un Mundial cualquiera: será la Copa del Mundo más vigilada y controlada de todos los tiempos, el Mundial de la hiperseguridad, un Mundial al que incluso el concepto de “Gran Hermano” podría quedarle chico.

El país más grande del mundo sufre amenazas terroristas externas e internas y su presidente, Vladimir Putin, quiere que el torneo potencie la posición de Rusia en el mundo, no que la arruine. Ricardo Lagorio, embajador argentino en Moscú, sabe que se avecinan semanas muy intensas, pero confía en que el mensaje llegue a los argentinos que en los próximos días llegarán a la tierra del Mundial.

“Este es un país muy simple y muy fácil; hay leyes y hay que cumplirlas”. Lagorio confirmó que se espera un piso de 30.000 argentinos en el torneo, que se disputará del 14 de junio al 15 de julio, aunque la cifra real será mayor. “Son todos los que están registrados como argentinos bajo el sistema de Fan ID, pero al haber tantos argentinos con pasaporte europeo, muchos residiendo en Europa, la cifra será claramente mayor”. (La Nación)