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“Era el 20 de septiembre de 1926, en horas de la noche. Los estudiantes secundarios de la ciudad de Posadas, celebraban por anticipado la fecha, o por mejor decir, la entrada de la primavera, que coincidía con el Día del Estudiante. El suscripto, que era alumno de quinto año del Colegio Nacional, estaba reunido con sus compañeros en el antiguo café Tokio sentados alrededor de mesas, tomando aperitivos y charlando animadamente, cuando llegó a nuestro conocimiento que la vecina ciudad de Encarnación había sido azotada por un vendaval que ocasionó destrozos tremendos”, así relató Joaquín Alcaraz en su libro Casos de Misiones de ayer y otros puntos en mí recuerdo (Editorial Montoya 1984) como se dieron los hechos del fatídico ciclón que destrozó Encarnación, Paraguay en 1926. Fenómeno meteorológico del que hoy se cumplen 92 años.

La crudeza del viento y las fuertes lluvias dejaron un tendal de 400 muertos y más de 500 heridos. Y la cicatriz de esa noche oscura no la borra el tiempo.
El ciclón que se originó por el choque de dos corrientes de agua en el medio del Paraná, se levantó con una violencia inédita y arremetió la tromba contra la costa paraguaya. El monstruo de agua se llevó a su paso la estructura del muelle, una construcción que era orgullo de los encarnacenos por sus dimensiones y solidez de concreto.

Apenas cedió el viento, Jorge Memmel y el padre Kreusser cruzaron el río embravecido para pedir auxilio en Posadas. “Los posadeños trajeron todo, llegaron esa misma noche los médicos, enfermeros, policías con agua y comida y siguieron ayudando después. Un tiempo largo no fuimos a la escuela porque no había clases, la escuela se destruyó y después se levantó con aportes de los posadeños”, expresó en una entrevista reciente Menardo Ayala Palacios, sobreviviente del desastre. Incluso la Logia Roque Pérez abrió sus puertas “para atender a los desamparados, extendiendo su reconocida solidaridad a la orilla opuesta”. Montando en sus instalaciones un improvisado banco de sangre.

Las embarcaciones que se encontraban en el puerto posadeño se movilizaron para brindar ayuda, y los ferrobarcos "Presidente Roque Sáenz Peña" y "Exequiel Ramos Mejía" se convirtieron en hospitales flotantes e improvisados albergues.

La reconstrucción de Encarnación llevó años. En la villa baja, que ahora está bajo agua con la suba de la cota del río, se encontraron sótanos en las viviendas, vestigios del terror que afectó a generaciones y todavía permanece en la memoria de posadeños y encarnacenos.

Como gratitud al pueblo posadeño, algún tiempo después, las autoridades encarnacenas erigieron un monolito que permanece en la explanada de ingreso al Anfiteatro Manuel Antonio Ramírez.